AMÍLCAR LLEGA A CARTAGENA
En el Museo Nacional de Arqueología Subacuática (ARQVA), donde la luz entra como si hubiese pasado por un largo filtro de agua y sal, las vitrinas guardan ánforas que aún parecen rezumar el olor de los cargamentos perdidos. No hay mejor lugar para que un libro sobre navegantes fenicios haga escala en este puerto de sombras claras y de reliquias minuciosamente rescatadas. El jueves 23 de octubre, a las 19.00, Juan Bonet Cardona presentará Amílcar, el gran navegante fenicio. La fundación fenicia de Ayboshim / Eivissa. Siglos VIII/VII a. C., acompañado por el editor Ramon Mayol (Melqart Editorial), en un acto respaldado por el Ministerio de Cultura con motivo del Día de las Bibliotecas. .
La novela llega a Cartagena con el paso medido de quien ha aprendido a conocer los vientos. Antes tocó Ibiza, donde late el origen de su mitología; Lanzarote, isla que conoce como pocas el diálogo entre lo ígneo y lo marino; y Mallorca, que fue encrucijada y refugio. Este itinerario no es una gira promocional al uso, sino una travesía de cabotaje por algunos de los lugares en que la historia del Mediterráneo dejó marcas más hondas. Cada presentación ha sido una especie de ritual: el libro frente al mar, y los lectores asomados a un pasado que, como nos enseñan las mareas, nunca se va del todo.
La educación de un navegante
Bonet Cardona escribe como quien camina por un muelle al anochecer: atento a los sonidos pequeños, a las conversaciones de los marineros que no se oyen pero se adivinan, a esa mezcla de hierro, brea y salitre que llama a una memoria más antigua que la biografía de cualquiera. Amílcar —nombre hecho de consonantes rotundas, como un mascarón de proa— no es en sus páginas un personaje que se impone por la fuerza, sino una conciencia que se agranda a medida que navega, un hombre al que el mar educa. La novela rehúye el exotismo y la épica fácil; prefiere el detalle, el trabajo paciente de quien alza, piedra a piedra, una ciudad en la curva de una ensenada. La fundación de Ayboshim/Eivissa aparece como una disciplina del espíritu: fundar es mirar, medir, esperar; comprender que un puerto no se inaugura, se reconoce.

En los capítulos de Amílcar se escucha la respiración de la arqueología: listas de cargamentos, cuerdas empapadas, monedas que pasan de una mano a otra hasta borrarse. Pero también vibra una música del presente: la conciencia de que cada isla del archipiélago mediterráneo es un espejo donde nos miramos y no siempre nos reconocemos. Bonet Cardona sabe que la novela histórica no consiste en ponerle disfraces al pasado, sino en descifrar lo que permanece: el comercio y la codicia, el miedo y la audacia, la política como arte de bordear un cabo sin encallar.
La elección del ARQVA multiplica ese efecto de retorno. Entre pecios y mapas de corrientes, el lector comprende que el mar es un archivo sin catalogar y, a la vez, una escuela de exactitud. En un museo subacuático, los objetos hablan con la sobriedad de las cosas que han sobrevivido: no cuentan lo que fueron, sino lo que siguen siendo. La novela, leída ahí, no se limita a narrar: restituye. Recupera del fondo un gesto —la mano que sujeta el timón, la mirada que calcula el perfil de una costa al amanecer— y lo trae al aire de ahora, donde vuelven a tener sentido palabras como prudencia, temple, paciencia.
Quien acuda a la presentación no encontrará sólo la crónica de un héroe antiguo, sino la meditación, a ratos elegíaca y a ratos luminosa, sobre la educación del navegante: aprender a esperar el viento, a no confundir el deseo con la derrota, a aceptar que todo arribo conlleva un adiós. En tiempos de ruido instantáneo, Amílcar propone un ritmo más humano: el de la singladura que se anota con letra pequeña y numerales exactos, el del viaje que no busca lo espectacular, sino lo verdadero.
Cartagena añade su propia resonancia. Aquí, donde el mar ha sido frontera y promesa, la novela se convierte en espejo. Cada lector reconocerá, quizá sin advertirlo, un mapa intermedio: el de sus propias islas, esas a las que se regresa con la obstinación de quienes, como los fenicios, sabían que la única forma de no perderse del todo es trazar, en el agua, rutas de memoria. Y al salir del museo, con la tarde ya inclinándose, quedará la sensación de que Amílcar sigue ahí afuera, doblando otro cabo, enseñándonos —con una mezcla de paciencia y coraje— el arte antiguo de avanzar.
Por J. P. Quiroz Rivera
Presentación: jueves 23 de octubre, 19:00 h. ARQVA – Museo Nacional de Arqueología Subacuática, Cartagena. Con Juan Bonet Cardona (autor) y Ramon Mayol (editor).
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