CAMINANDO CON RAÚL ZURITA
FABRICANDO UN BUEN DIOS PARA MOVIMIENTOS GEOLÓGICOS.

Torres Chalk y Zurita
Raúl Zurita ha querido participar, en gesto de enorme solidaridad, en la antología de poetas por la Dana ‘Zona Zero. Danaemas. Del lodo a la luz’, volumen 0 de la Colección Bes de Poesía que publica Melqart Editorial, dirigida por Gabriel Torres Chalk.
Las hojas caídas del otoño configuran un manto suave sobre el sendero ocre del atardecer. Se escucha un leve viento acariciar las hojas que, tenaces, todavía permanecen suspendidas de sus ramas. Algunas cuelgan del cielo bajo la elocuencia de las nubes. Voy caminando junto a Raúl Zurita por este sendero que se abre lentamente a cada paso.
Cómo llegamos desde la Senda de los Elefantes a Thoreau y escribir la historia de tu cuerpo en el bosque, en el desierto, en los ríos, en las montañas, no sé, pero el trazado quiere ser gaviota bajo este texto de sal.
Las luces de las farolas recortan nuestras siluetas antes de dejarnos descender por el ascensor Mariposa en uno de los magistrales cerros de Valparaíso. Vamos al encuentro de Pablo de Rokha con quien hemos quedado para tomar un café en el Café del Poeta. Mientras descendemos voy pensando que para llegar a Raúl previamente hay que tomarse un café en la plaza del Café con Pablo. Tal vez un pensamiento que vengo incubando hace tiempo y tantos versos Nicanor Parra, Carmen Berenguer, Enrique Lihn, Elicura Chihuailaf, Oscar Hahn, Elvira Hernández, Gonzalo Rojas, Diego Maquieira, y el camino hacia Roque Dalton y tantos otros cruzando la gran cordillera que se ramifica en todos esos cuerpos, tantos, escritos. Y sí, Soledad Fariña, Se dicen palabras al oído.
Y mientras disfruto junto a Raúl de ese onírico amasijo de hierros que, gracias a la sofisticada ingeniería nos baja hacia la plaza, me asaltan estas palabras de Pablo de Rokha: “seguramente, arden grandes mares rojos, y un sol de piedra, negro, por ejemplo, hincha la soledad astronómica con su enorme fruto duro, tal vez, la tierra es un gran cristal triangular, otra vida y otro tiempo gravitan; crecen, demuestran su presencia, atornillados a la arquitectura que canta su orden inaudito.” Salimos del ascensor y leo: “abajo se cancela”.
La ciudad se mueve. Nos alcanza un intenso olor a sal entre el caminar de la gente. Algunos barcos asoman a lo lejos como fantasmas que aparecen y desaparecen tras el letargo de cada bocacalle. En plena plaza de Aníbal Pinto pienso en La Tierra Yerma, una elegía de orillas y fragmentos a la civilización occidental cuyo mensaje final/origen tal vez radica en la esperanza de renovación de la palabra poética. La pregunta es ¿por qué realizar esa elegía, por qué juntar todos esos fragmentos seleccionados de la civilización occidental y hacerlos resurgir hilvanados en una gran partitura musical?
Si bien la palabra poética es la esperanza, la lógica no existe. Es acaso una ecuación a resolver al salir de las tripas de la tierra, es decir, una paradoja que muta en las Áreas Verdes de los días más blancos: Esta vaca es una insoluble paradoja / pernocta bajo las estrellas / pero se alimenta de logos / y sus manchas finitas son símbolos” (Raúl Zurita. Áreas Verdes).
Mientras observo el monumento natural La Portada en Antofagasta, anochece. Y mientras anochece vislumbro una estrella recortada contra la calima azul/gris del horizonte. Entonces la revelación: el Purgatorio. Es, desde abajo, un rito de paso hacia la magna obra de Raúl Zurita: una herida del cuerpo y una herida del texto entre un sistema cosmovisionario de trascendencia intertextual, ontológica y geológica: la respuesta del arte y la vida – Eros – contra el terror de la dictadura infame y el delirio por el poder enfermizo.
Escucho la voz de la roca, umbral hacia el Océano Pacífico. El Purgatorio es el trazado del Inferno al Paraíso en La Divina Comedia de Dante Alighieri. Una energía estética/tangible que en la obra de Zurita se traduce en Anteparaíso/Inri y La Vida Nueva en su inmensa versión de la vislumbre del Paraíso desde una resurrección del cuerpo en al arte y venciendo con amor, el cuerpo, la voz, la inteligencia, el horizonte, al horror de la dictadura y del terrorismo de Estado.
Me encuentro en el acantilado con vista hacia el mar. Pienso en Shelley y su “Ode to the West Wind”. Un gran canto a la libertad (todo fluye/todo se transforma) donde el poeta se transfigura en la voz del viento/ melodía de la lira. Zurita tiene todas esas virtudes, trazados del mapa de lo que somos.
El sol desciende, perezoso, y al pie de la montaña de los paisajes de adentro y afuera, el Ante/Purgatorio/Mar, se encrespa y más allá se vislumbra la gaviota sobre val/paraíso. Las nubes parecen dibujar rostros contra el cielo/lienzo sugeridos por el pincel del viento matizados por una memoria que juega a buscar su punto de fuga ya ya y a veces parece tejer reflejos sobre el agua y de alguna forma sabes que recordarás ese momento en algún futuro o en algún pasado, estés donde estés:
“Un libro no tiene objeto ni sujeto, está hecho de materias diversamente formadas, de fechas y de velocidades muy diferentes. Cuando se atribuye el libro a un sujeto, se está descuidando ese trabajo de las materias y la exterioridad de sus relaciones. Se está fabricando un buen Dios para movimientos geológicos.” [Rizoma. Gilles Deleuze y Félix Guattari]
Gabriel Torres Chalk
MELQART EDITORIAL
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